Relatos a los que ni les sobra ni les falta. Relatos que ganan por K.O. (no por puntos). Cada palabra corre el riesgo de ser la palabra de más.
jueves, 18 de octubre de 2012
CONFIESO QUE HE REÍDO (Saiz de Marco)
El niño tiene once años. Le han contado un chiste y él, a su vez, lo ha contado a otras personas.
Le remuerde la conciencia y por eso el domingo va a confesarse.
-Me acuso de haber contado un chiste.
-Está bien, hijo, ¿era un chiste de mayores?
-Es que en él interviene Dios y no sé si es pecado.
El niño cree que, para obtener la absolución, tiene que contar el chiste al sacerdote.
-Un obispo está jugando al golf con otra persona. Cada vez que el obispo equivoca un golpe, grita “¡coño, qué fallo!”. Su acompañante le dice: “Reverendo, no es propio de un obispo usar esa expresión. El Señor puede castigarle”. A la tercera vez que el obispo exclama “¡coño, qué fallo!” se abre el cielo y un rayo fulmina, no al obispo, sino a su acompañante. Ante lo cual una voz procedente del Más Allá grita: “¡coño, qué fallo!”.
El confesor rompe a reír y durante un minuto (o sea, una eternidad) sus carcajadas se amplifican por el confesionario y retumban en las paredes. El niño siente que toda la parroquia lo mira mientras siguen sonando las risotadas y hasta el techo de la iglesia parece desternillarse.
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