El abuelo contaba a su nieto la primera vez que, con veinte años cumplidos, vio el mar.
-Entonces no se viajaba casi nunca. Tuve que esperar a hacer la mili para salir del pueblo. No como tú, que desde que naciste todos los veranos te han llevado a la playa.
Y el nieto, en vez de compadecerle, sintió envidia: “Qué suerte, poder conservar la impresión de ese encuentro, el instante en que sus ojos descubrieron, por primera vez, el mar”.
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