martes, 23 de octubre de 2012

UN DÍA ES UN DÍA (Jaume Cabré)

Por una vez había decidido ponerse el mundo por montera, así que confirmó su presencia en la fiesta que organizaban los compañeros de oficina. Llamó a su mujer para avisarle de que no lo esperase, que llegaría tarde, una cena de trabajo, gente de fuera, tendremos que acompañarlos a recorrer la ciudad…; vendré tarde. Bebió, se entusiasmó con los chistes y las muchachas alegres que alguien, diligente, había traído. Muy tarde, tardísimo, se retiró cansado a su casa, decepcionado y feliz por haber hecho lo que le daba la gana durante unas horas. Llevaba el matasuegras en la mano y aquel ridículo sombrero de verbena caído hacia un lado, y andaba un tanto achispado. Subió las escaleras sin pensarlo y abrió con cuidado. La luz estaba encendida. Había luz por toda la casa. Y gente. Llantos. Oía sollozar a su mujer en el cuarto del niño. Una vecina lo avisó: el crío. Y enmudeció. Inmóvil en el comedor, dejó caer el matasuegras al suelo y avanzó lentamente hacia la habitación de su hijo. No se había dado cuenta de que el sombrero le resbalaba sobre una oreja.

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