lunes, 19 de noviembre de 2012

COSAS QUE OLVIDÉ CELEBRAR (Saiz de Marco)

-¿Quién es?

-Buenos días, doña Gema. Soy un amigo de su hijo Enrique. ¿Puede abrirme?

-¿Le manda mi hijo?

-Verá, señora. Es que su hijo ha tenido un accidente con el coche. Nada grave, pero los médicos quieren hacerle unas pruebas. Le han llevado al hospital para sacarle una radiografía. Y el problema es que el coche hay que retirarlo de la calle. Por eso Enrique ha avisado a una grúa. Y yo vengo de su parte: para que le deje algo de dinero con que pagar la grúa. Es que, claro, él ahora no puede pasar por su casa.

-Ya comprendo. ¿Pero de verdad que mi hijo está bien?

-Se lo aseguro. Yo pasaba por allí cuando chocó y Enrique ha salido por sus pies. Sólo tiene alguna magulladura.

-Vaya por Dios… Espere, que le dejo el dinero que tenga en casa. A ver, ¿será suficiente?

-Seguro que sí. Bueno, señora, encantado de conocerla. Adiós.



Gema ansía que el hombre se marche para poder preguntar por Enrique, averiguar su verdadero estado.

Llama a casa de su hijo.



-Dígame.

-Belén, soy Gema. ¿Cómo está Enrique?

-¿Enrique? Bien. Está aquí, en el despacho… Si quieres te lo paso.

-¿Pero ya ha vuelto del hospital?

-¿Qué hospital?

-Mujer, pues por lo del accidente.

-Pero Gema, no sé de qué me estás hablando.



Gema empieza a entender que ha sido estafada. Aquel hombre, habiéndose enterado de su nombre y el de su hijo, le ha arrancado el dinero que tenía en casa.

Una parte de ella se indigna con el timador. Otra parte se llena de euforia al constatar que su hijo está ileso, que no ha sufrido ningún daño.

Sí: de pronto Gema cae en la cuenta de que, no solo su hijo sino también todas las personas a las que ella más quiere, viven y están sanas.

Una parte de Gema marca el número de la policía. Otra parte interrumpe la llamada, cuelga el teléfono y descorcha el vino de las grandes ocasiones.

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