miércoles, 21 de noviembre de 2012

LEMMINGS (Richard Matheson)

-¿De dónde vienen? -preguntó Reordon.
-De todas partes -replicó Carmack.
Ambos hombres permanecían junto a la carretera de la costa y, hasta donde alcanzaban sus miradas, no podían ver más que coches. Miles de automóviles se encontraban embotellados, costado contra costado y parachoques contra parachoques. La carretera formaba una sólida masa con ellos.

-Ahí vienen unos cuantos más -señaló Carmack.
Los dos policías miraron a la multitud que caminaba hacia la playa. Bastantes charlaban y reían. Algunos permanecían silenciosos y serios. Pero todos iban hacia la playa.
-No lo comprendo -dijo Reordon, meneando la cabeza. En aquella semana debía de ser la centésima vez que hacía el mismo comentario-. No puedo comprenderlo.
Carmack se encogió de hombros.
-No pienses en ello. Ocurre. Eso es todo.
-¡Pero es una locura!
-Sí, pero ahí van -replicó Carmack.
Mientras los dos policías observaban, el gentío atravesó las grises arenas de la playa y comenzó a adentrarse en las aguas del mar. Algunos empezaron a nadar. La mayor parte no pudo, ya que sus ropas se lo impidieron. Carmack observó a una joven que luchaba con las olas y que se hundió al fin a causa de su abrigo de pieles.
Pocos minutos más tarde todos habían desaparecido. Los dos policías observaron el punto en que la gente se había metido en el agua.
-¿Durante cuánto tiempo seguirá esto? -preguntó Reordon.
-Hasta que todos se hayan ido, supongo -replicó Carmack.
-Pero... ¿por qué?
-¿Nunca has leído nada acerca de los lemmings?
-No.
-Son unos roedores que viven en los Países Escandinavos. Se multiplican incesantemente hasta que acaban con toda su reserva de comida. Entonces comienzan una migración a lo largo del territorio, arrasando cuanto se encuentran a su paso. Al llegar al océano, siguen su marcha. Nadan hasta agotar sus energías. Y son millones y millones.
-¿Y crees que eso es lo que ocurre ahora?
-Es posible -replicó Carmack.
-¡Las personas no son roedores! -gritó Reordon airado.
Carmack no respondió.
Permanecieron esperando al borde de la carretera, pero no llegó nadie más.
-¿Dónde están? -preguntó Reordon.
-Tal vez se hayan ido.
-¿Todos?
-Esto ocurre desde hace más de una semana. Es posible que la gente se haya dirigido al mar desde todas partes. Y también están los lagos.
Reordon se estremeció. Volvió a repetir:
-Todos...
-No lo sé, pero hasta ahora no han cesado de venir.
-¡Dios mío...! -murmuró Reordon.
Carmack sacó un cigarrillo y lo encendió.
-Bueno -dijo-. Y ahora, ¿qué?
Reordon suspiró:
-¿Nosotros?...
-Ve tú primero -replicó Carmack-. Yo esperaré un poco por si aparece alguien más.
-De acuerdo -Reordon extendió su mano-. Adiós, Carmack -dijo.
Los dos hombres cambiaron un apretón de manos.
-Adiós, Reordon -se despidió Carmack.
Y permaneció fumando un cigarrillo mientras observaba cómo su amigo cruzaba la gris arena de la playa y se metía en el agua hasta que ésta le cubrió la cabeza. Antes de desaparecer, Reordon nadó unas docenas de metros.
Tras unos momentos, Carmack apagó su cigarrillo y echó un vistazo a su alrededor. Luego él también se metió en el agua.
A lo largo de la costa se alineaban un millón de coches vacíos.

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